No hay madre perfecta, pero si existen un millón de formas de ser una buena madre

 Ser madre puede no ser lo más sencillo del mundo, pero es una de las experiencias más hermosas de la vida que pueda tener una mujer y siempre vale la pena. No existe nada que te deje recuerdos más imborrables como el primer momento en que tienes en brazos a ese pequeño niño y la primera vez que te mira. 

       


  Sin embargo es algo realmente difícil. Porque además del dolor de traerlo al mundo, y la inexperiencia en esta importantísima tarea de ser madre, y las noches que pasarás en vela, y todas las necesidades imperiosas de este pequeñín que depende para todo de ti, eso apenas empieza. 

   Y lo más difícil de sobrellevar puede ser la inevitable pregunta que acuda a tu mente todo el tiempo sin que puedas evitarlo: ¿lo estoy haciendo bien?  


  Y si eso parecía poco, están todos los cambios que llegan a tu vida inevitablemente. Pues de alguna manera tu vida deja de ser tuya, tu cuerpo deja de ser tuyo, tus amigos y proyectos dejan de ser prioridades para dejar ese lugar exclusivo a tu hijo pasa a serlo. Y para que esto sea aun más difícil, sabiendo que desde ese día en que nació estarás enseñándole a algún día volar lejos de ti.   

 

 A partir de su llegada hasta te será difícil conciliar a quien eras con quién eres ahora como madre, tu vida estará dedicada a sus necesidades de cariño y cuidado mientras los días pasan y aquella vida parece cada vez más lejana.   

   Y el tiempo pasará muy rápido y cuando quieras notarlo, tu hijo te dedicará una sonrisa y entonces todo el esfuerzo habrá valido la pena.  

 

Pero ese es solo el comienzo 


   Así como todo el mundo sabe que no hay persona que sea perfecta, del mismo modo no existe un modelo de madre perfecta. Se trata solo de una mujer con tantos defectos e inseguridades como cualquier otra persona, pero que tiene una gran responsabilidad que afronta de la mejor manera que puede.


  Por fortuna, en el mundo son muy pocas las madres que no sienten amor por sus hijos. Y la gran mayoría de todos nosotros le debemos una gratitud eterna a nuestras madres por darnos el regalo de llegar a este mundo y todo su amor en el camino.     

  Y a su vez, cada mujer que se convierte en madre posee uno de los mayores privilegios: el amor infinito.  Y aunque una madre, incluso la que más pueda amar a sus hijos, siempre cometerá errores, pero su amor lo sanará y compensará de sobra.   

  El corazón de una madre es capaz de crecer al mismo ritmo que crece su hijo. Se agiganta con el orgullo de cada logro del niño, por pequeño que sea, porque desde el primer momento que lo siente en su barriga, sabe que se tratará de un amor incondicional para toda su vida.    


Porque ser madre es ser más que tú misma, es que tu pecho lata con dos corazones y poseer secretamente una felicidad que no cabe en el universo. Y a pesar de todos los errores que pueda cometer una madre, se trata de lo más divino que hay en el planeta.



Fuente: La mente es maravillosa 

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