Educar sin gritos, educar desde el corazón y la responsabilidad

Ser padre es una gran responsabilidad, y educar a tu hijo sin gritos, aunque puede ser un desafío de carácter, traerá muchos beneficios no solo a tu hijo, porque crecerá en un hogar sano donde se sentirá amado y motivado, sino también para ti.


 Como padres, la mejor opción que se puede tomar es la de educar sin gritos, ya que es lo más pedagógico y saludable para el cerebro del niño. Los gritos no resuelven los problemas, muy por el contrario solo consiguen manifestar respuestas emocionales: el miedo y el enojo. 

  Esa es la verdadera importancia de aprender a educar con el corazón, y llegar a disciplinar solo mediante la responsabilidad y empatía.

  Los padres o incluso aquellos que son educadores escolares, muchas veces sienten la tentación de levantar la voz para detener una conducta desafiante o molesta de los niños, esos berrinches que son un desafío a nuestra paciencia y compostura.


 Por supuesto, hay momentos cuando el cansancio nos arrebata todo resto de paciencia y nos desborda, es algo que no puede negarse y es normal con el ritmo de vida actual.

  Aun así, debemos tener en cuenta que educar sin gritos no solo es posible, sino que también es muy necesario. 

  Tener la capacidad de corregir y disciplinar a los niños sin la necesidad de gritar, sino siendo una guía para ellos, será un gran factor positivo en el desarrollo de la personalidad del niño.


  Es también la manera más efectiva de proteger su mundo emocional y fortalecer su autoestima. un buen modo de darles el ejemplo y demostrarles que hay otra forma de comunicarse, que no duele, que entiende y que se conecta con las verdaderas necesidades.

   Educar sin gritos es posible y solo se necesita hacer un esfuerzo por dejar en el pasado el formato de crianza que se basaba en la fuerza bruta, el castigo y la descalificación y el castigo como fundamentos.


El impacto en el cerebro de los niños


  Algo bastante normal que ocurre a los padres es que por momentos nos falten recursos, alternativas válidas o estrategias para disciplinar a los niños. Aun si sabemos que el grito no es útil y que jamás da el resultado que se espera, lamentablemente pensamos que no tenemos más opción que emplear este recurso.

 Y tristemente solo conseguimos que aparezca una profunda confusión y temor en la mirada del niño y el brillo de un enojo contenido. 

  Y para evitar este resentimiento se necesita que que aprendamos la manera para educar sin gritos, para dar a nuestros hijos una educación positiva con la que también aprendan a ser capaces de resolver con inteligencia sus problemas.


  El simple acto de «gritar» tiene un propósito muy puntual en nuestra especie como en todas las demás y que es  alertar de un peligro inminente. 

  Así, cuando sus padres le gritan, el niño percibe que vive en un entorno en que se usa y abusa del  grito como estrategia educativa y padecerá serias alteraciones en su mente y autoestima. 

  El grito no es más que una forma de maltrato con terribles efectos en la mente y el cerebro de un niño. 

 Esa conducta agresiva pone al niño en una situación de alarma permanente, en un estado angustiante que no entiende y que nadie merece experimentar.


¿Cómo educar sin gritos?


  La realidad es que existen muchas alternativas antes de llegar al grito. Numerosas estrategias que nos ayudan a construir un dialogo que sea más reflexivo, a fin de cuentas, una educación positiva que se base en pilares más sanos para construir un mejor vínculo con nuestros hijos.

  Y que muchos padres usen al grito como método para educar, eso no implica que sea correcto, y ni siquiera es lo más efectivo a corto, mediano ni largo plazo.

  Cuando le gritas a los niños, lo que ellos aprenden es que esa es una manera válida para resolver sus problemas, y que con miedo lograrán que los demás los obedezcan.


  El secreto está en la capacidad de respuesta de los padres y en que aprendan a ser más pacientes y moderados, entonces podrán enseñar mejor a sus hijos, por ejemplo, a través de cuentos. 

  Esta técnica la emplean los padres Inuit, quienes en lugar de gritar, les hablan a sus hijos mediante   historias con advertencias. Por ejemplo, la historia de un niño que corría sin cuidado cerca de un hoyo, y se cayó y se golpeó, y allí incluyen una lección de cómo cuidar su cuerpo y también ser cuidadoso en sus actividades.
 
  Cuando los niños hacen berrinches, la gente de esta tribu solo esperan a que pasen, permitiendo que los niños descarguen sus emociones, pero luego les hablan a los niños en privado cómo se ven cuando hacen eso, para que los niños mismos puedan visualizar que sus actos no están bien.


  Siempre hay una razón que motiva cada conducta o que desencadena una determinada situación con los niños.

 Por esta razón se debe entender y empatizar con ellos para avanzar hacia una solución. Y para esto son necesarias tanto la paciencia como la cercanía. Cuando un niño tiene un berrinche lo que necesita es que le enseñemos a manejar su complejo mundo de las emociones. 

   Y si lo escuchamos  e intentamos entender eso muchas veces bastará para calmarlo y sentirse reconfortado y querido, sin importar su edad.

 Además, debemos tener presente que no existe una respuesta mágica que nos pueda servir en todas las situaciones que se presenten o ni siquiera con todos los niños. 


  Aun así, existen de hecho algunas técnicas que siempre son útiles con la mayoría de los niños: compartir con ellos tiempo de calidad, siempre darles órdenes coherentes, demostrarles que siempre serremos para ellos una fuente de apoyo incondicional y además motivarlos a que asuman todas las responsabilidades que estén a su alcance.


Pronto verás que el esfuerzo bien vale la pena, porque con ese poco de paciencia y empatía lograrás un modelo de diálogo y educación que se base en la confianza y la tranquilidad, y a fin de cuentas el bienestar de todos.



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