Niños obsesionados con dinosaurios, suelen tener una inteligencia superior al promedio

Charlie es un niño de 10 años, vive en Essex y tiene una gran pasión: los dinosaurios. Hace unos meses, sus padres lo llevaron junto a su hermano para que pasaran la noche en el Museo de Historia Natural de Londres. 


  Entonces el pequeño aficionado a la paleontología se dedicó a revisar minuciosamente todas las piezas y se dio cuenta de que uno de los ejemplares había sido clasificado como Oviraptors pero la imagen mostraba a un Protoceratops. 

  Los padres no le prestaron mucha atención cuando Charlie les contó el error, pero días después, el Museo de Historia Nacional de Londres les envió una carta agradeciéndole la corrección y animando al niño a que continuase profundizando en la paleontología.


   El caso de Charlie es bastante peculiar, pero su interés por los dinosaurios lo comparte con muchísimos otros niños en todo el mundo. 

 De hecho, es probable que en algún momento a lo largo de tu infancia, tú mismo te hayas obsesionado con los dinosaurios o, al menos tenías un amigo a quien le encantaban.

  Los niños que se apasionan por los dinosaurios pueden nombrar sin equivocarse decenas de especies, saben qué comían, cómo vivían e incluso en qué momento se extinguieron. 

  Un adulto normalmente solo podrá nombrar unos 10 dinosaurios, con un poco de suerte. 


Los intereses intensos en la infancia


   El increíble conocimiento infantil sobre los dinosaurios se basa en un fenómeno que en el ámbito de la Psicología se conoce como “intereses intensos”, una motivación muy fuerte por un tema específico. 

 De hecho, un tercio de los niños desarrollan en alguna etapa a lo largo de su infancia, como norma general entre los 2 y 6 años de edad, un interés intenso.

 En algunos casos, ese interés no se extingue en la infancia sino que los acompaña durante gran parte de su vida. Son esas personas que siempre han tenido una pasión que, de cierta forma, ha servido como hilo conductor y refugio a lo largo de los años.


  Por supuesto, todos los niños no se apasionan con los dinosaurios, hay pequeños fanáticos de la astronomía que conocen muchísimas estrellas y saben identificarlas perfectamente en el cielo, otros se obsesionan con las aves, los aviones o los trenes.

  En realidad no importa cual es el objeto de esa pasión, lo verdaderamente importante es el esfuerzo que le dediquen los niños y la pasión que experimenten.

  Una investigación realizada en las universidades de Indiana y Wisconsin comprobó que los intereses intensos son muy beneficiosos para el desarrollo intelectual infantil.


  En práctica, este tipo de intereses, sobre todo los que demandan un dominio conceptual como es el caso de los dinosaurios, no solo hacen que el niño tenga un mayor conocimiento sobre cierta temática sino que además potencian la perseverancia, mejoran la atención y potencian habilidades del pensamiento más complejas como el procesamiento de la información. 


 También se ha comprobado que mejoran considerablemente las habilidades lingüísticas y son un indicador de elevada comprensión.

  De hecho, estos psicólogos explican que la manera en que algunos niños estudian los dinosaurios o cualquier otro objeto de su interés, en realidad desvela la estrategia que luego usarán para afrontar las situaciones nuevas y los problemas a lo largo de su vida. 

 Tendrán que plantearse preguntas y buscar respuestas por sí solos, pidiendo ayuda cuando crean que la necesitan. 

  Por tanto, esos intereses intensos les estarían preparando para la vida ya que no se conforman con datos generales sino que rascan la superficie para profundizar. 

 Los intereses intensos les permiten cambiar de perspectiva, plantearse estrategias para descubrir lo que quieren, encontrar relaciones y, sobre todo, aprender autónomamente dirigiendo su aprendizaje según sus motivaciones.

  En resumen, los intereses intensos hacen que los niños profundicen en el mundo y desarrollen el pensamiento crítico, les motiva a buscar información y desarrollar la pasión por el conocimiento. 


El muro contra el que chocan los intereses intensos


   Una investigación llevada a cabo por psicólogos de las universidades de Virginia y Yale desveló que los intereses intensos en la infancia no parecen estar mediados por los intereses de los padres ya que suelen aparecer durante el primer año de vida sin que los progenitores los hayan alentado. 

 De hecho, algunos de esos intereses resultan raros para los propios padres.

  La mala noticia, según esa misma investigación, es que estos intereses suelen durar entre seis meses y tres años. Solo el 20% de los niños sigue apasionado por el mismo tema al crecer. En la mayoría de los casos el fin de esa pasión llega con la escolarización.

  Al parecer, cuando los niños comienzan a estudiar, tienen mucho menos tiempo libre para dedicarlo a sus "investigaciones". 


 A esto se le suma que comprenden que la escuela les exige un conocimiento más amplio pero también más superficial y que a menudo sus intereses no encajan dentro del currículo escolar, por lo que simplemente terminan abandonándolos.

 Dado que los intereses intensos son muy positivos para los niños, los padres pueden seguir alimentando esa motivación en casa. 

  No solo deben asegurarse de que el pequeño tenga tiempo para seguir profundizando en lo que le apasiona sino que deben alentarlo para que encuentre relaciones entre ese interés y las materias que recibe en la escuela.

  Recordemos esta frase de Jeff Bezos: "Uno de los mayores errores que se cometen es provocar un entusiasmo forzado. Uno no elige sus pasiones; las pasiones lo eligen a uno".

  Y si a tu peque le gustan los dinosaurios, de seguro le encantará este libro donde encontrará respuestas a muchas preguntas que probablemente se hace sobre su vida, alimentación y hábitos :)


Fuentes:
Alexander, J. M. et. Al. (2008) Short report The development of conceptual interests in young children. Cognitive Development; 23: 324–334.
DeLoache, J. S. et. Al. (2007) Planes, Trains, Automobiles—and Tea Sets: Extremely Intense Interests in Very Young Children. Developmental Psychology; 43(6): 1579 –1586.

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