Me gusta la gente que sabe que, para ser grande, hay que ser humilde

Ser humilde es saber ser empático y respetuoso y no avasallar a los demás. Se trata de un concepto práctico y no vale saberse solo la teoría: hay que dar ejemplo


  Me gusta la gente así, humilde de corazón, de sonrisa traviesa y corazón amable que me sorprende cada día con sus acciones. 

 Son personas que hablan y cumplen, que no presumen, que no entienden de egos ensalzados o de falsedades camufladas. Adoro a esas personas mágicas camufladas de normales.
  Vivimos en una sociedad individualista y cada vez más orientada al exterior, ahí donde son comunes ciertos comportamientos exhibicionistas y desmanes grandilocuentes donde la dependencia a ser admirados casi a cada instante, agota y asfixia.


Dime de qué presumes y te diré de qué careces


  Hay personas que necesitan alardear de sus cualidades y presumir de sus triunfos. Viven pendientes de dejar claro sus méritos y, si es posible, posicionarse un escalón por encima de los demás.
 Se alimentan de los aplausos y el reconocimiento externo. Sin embargo, como no es oro todo lo que reluce, en el fondo esas personas podrían tener un gran problema con sus símbolos de identidad.

  Según una investigación de la Universidad de Brunel, las personas con baja autoestima tienden a presumir todo lo que hacen con su pareja, cada regalo que reciben o publican en exceso cada encuentro personal que tienen.


 Por otro lado, las personas narcisistas publican cada vez que van al gimnasio, la dieta que están haciendo o cualquier otra acción que merezca un “me gusta” o un “felicitaciones”, esto porque necesitan la aprobación de su comunidad virtual para recién sentirse bien consigo mismas.
  Hay un curioso proverbio árabe que dice: «nacemos siendo criaturas inocentes para, después, convertirnos en camellos, más tarde en leones y, finalmente, volver a ser niños».

  En efecto, el ser humano realiza un complejo viaje personal en el que aspira a adquirir fuerza y poder, a ser «león». Más tarde, acaba descubriendo que el auténtico valor reside en el alma más inocente capaz de ver la vida con sabiduría y humildad.

  No es precisamente fácil aplicar el concepto de humildad en nuestro día a día. Requiere pequeños cambios y otros enfoques que, sin lugar a dudas, nos permitirían vivir con más armonía.


Gente que presume y gente que te reconforta


  Un rasgo común del narcisista crónico es su tendencia a hacer promesas y castillos en el aire que más tarde no cumple. 

  Son adictos a utilizar el pronombre personal «yo» encabezando cada frase, hacen de granos de arena regias catedrales y se alzan como prepotentes arquitectos de sus universos todopoderosos. 
 Todo lo saben, todo lo han visto y todo lo han experimentado y si no lo han hecho, lo inventan mediante una pátina de adecuado glamour.

  La apariencia, sin esencia, es una cáscara vacía, una fachada que antes o después caerá. Quienes viven demasiado pendientes de dejar claro sus méritos tendrán que pagar un precio muy alto ya que se convertirán en esclavos de su propio disfraz.


A día de hoy, la humildad nos sigue sorprendiendo


  El ego más afilado es el germen que habita en esos muros donde muchos quedan aislados en sus vastas penínsulas de soledad. Todos conocemos a alguien cercano que porta esa máscara  de soberbia y necesidad de atención para saber que son alguien.
  Según un artículo publicado en la revista científica «PsychCentral» hay un aspecto esencial que puede sanar y reconfortar a una persona que acaba de vivir una relación afectiva con un perfil de estas características. 


  Es sentir que aún hay gente altruista, seres que son capaces de sorprender a aquellos que aman sin esperar nada a cambio. Porque las buenas personas, más allá de lo que pueda parecer, no están en peligro de extinción.

  Lo que ocurre es que son discretas, no hacen ruido, no quieren público, hablan lo justo y saben actuar en el momento adecuado.
  Ahora bien, no hay que buscar explicaciones complejas a algo tan sencillo, tan elemental. Porque ser humilde no es ser pobre. Se trata de sentido común: humildad es no creerte más que nadie.

  Humildad es creer y practicar la reciprocidad. Por encima de todo, la humildad no se predica, se practica.


 Muchos tenemos el principio de reciprocidad integrado en lo más hondo de  nuestro ser. Sin embargo, también sería adecuado aceptar esos actos con total apertura sin obsesionarnos en lo que deberemos o no deberemos hacer en un futuro.

 Se trata solo de apreciar ese instante, ese acto generoso y desinteresado que no busca más que darnos felicidad.
 De hecho, esas personas mágicas disfrazas de normales no esperan nada a cambio. Porque lo que se hace de corazón no espera recompensas, el mayor tributo es saber que su acción ha arrancado una sonrisa, nos ha reconfortado y sembrado en nuestro interior esa confianza en el ser humano que nunca deberíamos perder.

Aprendamos pues a autoabastecernos, a no necesitar a nadie para saber lo somos y lo que valemos para poder así dar lo mejor de uno mismo a los demás de forma desinteresada.


Imágenes cortesía Vladimir Kush, Anne Kirsukov
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