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   Midiendo mi destino
apenas con el tiro macizo de una piedra,
no tengo en el largo de su camino
más lágrimas ni penas.
¡Y ya no hay en el eco de mis venas
ángulo en el laberinto del sentido,
que le busque restar latidos a sus velas!

   El derrotero de mi brújula
miro muy alto,
y no topa con fin de cúpula
que el ojo sepa mirarlo.

   La mañana perdió sus miedos para mí,
y ya no sé qué será de los soles
y sus cazadoras lunas de perseguir.
Pero mi exacto cielo no conoce bordes,
y las que creí profundas lápidas de noches
se abren ya a mí y son luces que son moles,
y abundan por aquí y allí.

   Midiendo mi destino
sereno en la tierra mi paso,
pues que ya me hice adivino
de cuanto corre al despertar del ocaso.

   Hay una orilla a la que ya no parto.
Hay un insomnio que ya no me desvela
y un secreto que no comparto.
Hay en los besos un milagro esperando
y en ti el cielo de mis dulces estrellas.

   Angulado el lapso
de mis marchas sonámbulas,
con los pétalos de tus labios yo zanjo
en las piernas del crepúsculo,
las orillas de las lunas,
que embelesadas de mis ebrios saltos
sobre los horizontes vagabundos,
nos rinden más horas negras ancladas a sus alturas.

   Midiendo mi destino
asusto inconcluso la ansiosa margarita
que cree en el paso de los soles idos,
que cree su fragilidad crece cuando palpita
la fuga del viento que con alas tentáculas le ha roído.
Ya entenderá ella algún día,
que hay más cielo tras la altura de las cimas,
y que hay cosas medidas que escapan la medida.

   Juntos veremos más que el último misterio
tendiendo nudos al lazo de nuestros destinos
en hierro siempre mutuos esclavos,
pues que ya no creemos en las sombras del velo
que esconde el deseo de los que se aman amados.



- Jacques Pierre





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