Borges y la muerte de "el Che" y otras de sus geniales anécdotas

  Una mañana de octubre de 1967, Borges está al frente de su clase de literatura inglesa.  Un estudiante entra y lo interrumpe para anunciar la muerte de "el Che" Guevara y la inmediata suspensión de las clases para rendirle un homenaje.   Borges contesta que el homenaje seguramente puede esperar.   Clima tenso.   El estudiante insiste: "Tiene que ser ahora y usted se va".   Borges no se resigna y responde: “No me voy nada. Y si usted es tan guapo, venga a sacarme del escritorio“.   El estudiante amenaza con cortar la luz.   "He tomado la precaución —retruca Borges—, de ser ciego esperando este momento".



   En 1977 Borges escribió un cuento para La Nación: “24 de agosto de 1983″, donde el propio Borges se soñaba a sí mismo suicidándose en esa precisa fecha, el día en que cumplía 84 años. A medida que se acercaba la fecha de su cumpleaños, apareció mucha gente preocupada por el posible traslado de la ficción a la realidad.


Borges entonces comentó: “¿Qué hago? ¿Me comporto como un caballero y convierto en realidad esa ficción para no defraudar a esa gente? ¿O me hago el distraído y dejo pasar las cosas?”

   Un peronista quería vengarse por los dichos tan ácidos de Borges y lo siguió hasta una avenida ancha pensando que cuando lo estuviera ayudando a cruzar, la calle lo soltaría en la mitad del trayecto.
Cuando estaba en el medio, le dijo:  -Maestro, ¿sabe? Yo soy peronista...Borges le contestó:  -No se preocupe joven yo también soy ciego.

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   Borges sabía que sus declaraciones solían irritar a mucha gente, pero eso no impedía que las repitiese una y otra vez, con pocas modificaciones. 
  Alguna vez, sin embargo, creyó necesario relativizarlas: “Me he burlado de muchas cosas y siempre sin maldad. Yo soy muy ilógico. Lo que pasa es que la gente me toma demasiado en serio”.


   Un día le preguntaron: 

 - ¿Qué tipo de Estado desearía?
 - Un Estado mínimo, que no se notara. Viví en Suiza cinco años y allí nadie sabía cómo se llama el presidente.
 - La abolición del Estado que usted propone tiene mucho que ver con el anarquismo.
 - Sí, exacto, con el anarquismo de Spencer, por ejemplo. Pero no sé si somos lo bastante civilizados para llegar a eso.
 - ¿Piensa seriamente que tal Estado es factible? - Por supuesto. Eso sí, es cuestión de esperar doscientos o trescientos años.
 - ¿Y mientras tanto?
 - Mientras tanto, jodernos.




   Luis, su sobrino (hijo de su hermana Norah y de Guillermo de Torre), anuncia su casamiento. Y entonces se resfría fuertemente y tiene que guardar cama. Borges lo comenta de este modo: “Será una estratagema para no casarse… Qué raro, elegir la inmovilidad como una forma de fuga”.


 Este es el diálogo que se dio con otro escritor:

– Y Ud., Borges, ¿en qué cree?
–  Bueno, yo soy ateo.
–  Déjeme preguntarle de otro modo. ¿Cree en una vida eterna?
–  No.
–  ¿Cree en la resurrección de Jesucristo?
–  Tampoco
–  ¿Y en Jesucristo como ser histórico?
–  Desde luego. Si no, tendría que pensar que los cuatro más grandes escritores de la antigüedad fueron cuatro novelistas.

   El escritor argentino Héctor Bianciotti recordaba que en París, en un estudio de televisión, le preguntaron a Borges.
-¿Usted se da cuenta de que es uno de los grandes escritores del siglo?
-Es que éste ha sido un siglo muy mediocre- respondió Borges.



Borges espera el ascensor en la Biblioteca Nacional. Después de un largo rato, impaciente, le dice a la persona que lo acompañaba: “¿No prefiere que subamos por la escalera, que ya está totalmente inventada?”


Antonio Carrizo, durante los encuentros radiales, le pregunta:
- Borges, es difícil elegir un gran amigo…- No, es que lo amigos lo eligen a uno.

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Una revista de actualidad reúne a Borges con el director técnico César Luis Menotti.
-Qué raro, ¿no? Un hombre inteligente y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo, comenta Borges más tarde.

Amó tanto Buenos Aires, que reconoció haber ido por el mundo diciéndole a todo el mundo que Buenos Aires era una ciudad horrible. Temí que se llenara de turistas. La quería sólo para mi. Siempre he sentido que hay algo en Buenos Aires que me gusta. Me gusta tanto que no me gusta que les guste a otras personas. Es un amor así, celoso. Cuando yo he estado fuera del país, por ejemplo en los Estados Unidos, y alguien dijo de visitar América del Sur, le he incitado a conocer Colombia, por ejemplo, o le recomiendo Montevideo. Buenos Aires, no. Es una ciudad demasiado gris, demasiado grande, triste les digo, pero eso lo hago porque me parece que los otros no tienen derecho de que les guste.



El 10 de marzo de 1978, en la Feria del Libro, Borges se cruza con Manuel Mujica Lainez.

Se abrazan e inician una conversación que es interrumpida una y otra vez por los cazadores compulsivos de firmas.
Borges se queja:
-A veces pienso que cuando me muera, mis libros más cotizados serán aquellos que no lleven mi autógrafo.


En Maipú y Tucumán, un grupo de adictos a Isabel Perón descubre a Borges y lo sigue unos metros, insultándolo. Al ingresar a su casa, un periodista le pregunta cómo se siente.-Medio desorientado. Se me acercó una mujer vociferando: ¡Inculto! ¡Ignorante!



En un diálogo con María Esther Vázquez contaba:
“Había un personaje de Pehuajó  que tenía harto. Entonces yo le pregunté si él conocía aquella famosa copla de Pehuajó   y se la recité mientras la inventaba:

‘En el medio de la plaza

Del pueblo de Pehuajó

Hay un terreno que dice

La puta que te parió’.

¿Y sabés lo que me contestó el hombre en cuestión? –‘Si, Borges, ya la conocía…’"




   El poeta Eduardo González Lanuza, otro introductor del ultraísmo en la Argentina y gran amigo de Borges, descubre a éste en Florida y Corrientes, apoyado en su bastón, esperando para cruzar.
   Lo toca y le dice:
   -Borges, soy González Lanuza.
    Borges vuelve la cabeza y, después de unos segundos, contesta:
   -Es probable.



Borges dialoga con Antonio Carrizo, en un bar. Por la radio del local se anuncia un tango con letra de León Benarós, amigo de Borges. Carrizo propone escucharlo y el escritor acepta.

Cuando el tango termina, Carrizo le pregunta qué le pareció. Borges mueve la cabeza y dice:


-Esto le pasa a Benarós por juntarse con peronistas.

En la pausa de un acto cultural, el novelista Oscar Hermes Villordo acompañó a Borges al baño, en un 1er. piso al que se llegaba por una empinada escalera de madera. Cuando volvían, Villordo notó que Borges descendía los escalones demasiado rápido y, temiendo lo peor, le preguntó:
-¿No deberíamos ir más despacio?
-Pero no soy yo –aclaró Borges-, es Newton.












   Contaba Héctor Yanover que durante una reunión de la SADE sobre la situación de la literatura argentina, Córdoba Iturburu, que la presidía, preguntó a los gritos:
  -¿Y qué vamos a hacer por nuestros jóvenes poetas?
Desde el fondo Borges girtó:
  -¡Disuadirlos!



En una entrevista, en Roma, un periodista trataba de poner en
aprietos a Borges. Y probó con algo que le pareció provocativo:

-¿En su país todavía hay caníbales?


-Ya no –contestó Borges-, nos los comimos a todos.


   Su buen amigo de juventud -cofundador con él del “ultraísmo argentino”-, Guillermo de Torre, se convirtió en su cuñado. Luego, el tiempo los fue distanciando, y la relación entre los dos se enfrió cada vez más.

  Después, de Torre quedó sordo. Desde entonces, cuando le preguntaban a Borges cómo se llevaba con su cuñado, él enseguida respondía: “Muy bien: yo no lo veo y él no me oye”.


   Borges firma ejemplares en una librería del Centro.   Un joven se acerca con un ejemplar de Ficciones, y le dice: “Maestro, usted es inmortal”.
   Borges le contesta: “Vamos, hombre. No hay por qué ser tan pesimista”.




    Marco Denevi contaba: “Un amigo mío conducía del brazo por la calle a un Borges ya ciego, y le lee lo que dice un afiche con consignas nacionalistas: “Dios, familia y propiedad”.
  Borges murmura: “Caramba, que tres incomodidades”.



   “Cierta vez me preguntaron a mí qué cuadro prefería, y yo pensé que se referían a telas o a óleos,y les expliqué que como no veía bien, la pintura no me interesaba demasiado. Pero parece que no: se referían al cuadro de fútbol. Entonces yo les dije que no sabía absolutamente nada de fútbol, y ellos me dijeron que ya que estábamos en ese barrio de Boedo y San Juan, yo tenía que decir que era de San Lorenzo de Almagro. Yo aprendí de memoria esa contestación, siempre decía que era de San Lorenzo, para no ofender a mis compañeros. Pero pronto noté que San Lorenzo de Almagro, casi nunca ganaba. Entonces yo hablé con ellos, y me dijeron que no, que el hecho de ganar o perder era secundario –en lo que tenían razón.-, pero que San Lorenzo era el cuadro más científico de todos. Eso me dijeron, sí… Se ve que no sabían ganar, pero lo hacían metódicamente”.


    Cuentan que cuando Jorge Luis Borges visitó Venezuela, a sus 82 años, se dedicó a la firma de libros en “la Librería Lectura del Centro Comercial Chacaíto”, se presentó ante él un hombre adinerado con uno de los tomos que componían sus Obras Completas. Casi sin verlo, Borges estampó una rúbrica que era sólo su apellido, como era su costumbre y el otro, intrigado, le preguntó: 
  – Dígame maestro, ¿Qué sentido metafísico tiene su firma? 
Borges se tomó su tiempo: 
  – Mijo, pero qué sentido metafísico va a tener. Soy ciego y hago lo que puedo, le contestó el autor argentino levantando la cabeza del volumen.

   En esta otra, refleja su talante de viejo poeta anarquista que se apaga suavemente con el alcohol.

   Un joven poeta se acerca a Borges en la calle. Deja en manos del escritor su primer libro. Borges agradece y le pregunta cuál es el título. "Con la patria adentro", responde el joven. -"Pero qué incomodidad, amigo, qué incomodidad".

  Durante la dictadura militar alguien le comenta a Borges que el general Galtieri, presidente de la República en ese momento, ha confesado que una de sus mayores ambiciones es seguir el camino de Perón y parecerse a él. "¡Caramba! -interrumpe Borges- es imposible imaginarse una aspiración más modesta".


   En un emotivo CD de Esteban Morgado, titulado “Las estrellas no sólo brillan en el cielo” volumen 2, en favor de la Casa del Teatro de Argentina y distribuido por Página 12, China Zorrilla -que no canta, sino simplemente cuenta-, refiere una maravillosa anécdota de Borges. Imaginemos la historia en la voz de la inolvidable actriz uruguaya con el suave fondo de las cuerdas de nylon de la guitarra de Esteban:

   “A mí me gusta el Borges del humor…. Una vez le preguntaron a él si conocía a un muchacho joven que andaba por Buenos Aires contando sus proezas como escritor y como novelista, y que, por supuesto, no tenía ningún talento. Entonces, le preguntaron a Borges si lo conocía. Y Borges dijo ‘Sí, lo conozco muy bien. Para ese muchacho la mediocridad no tiene secretos’”.

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