La última carta de Julio Cortázar a Alejandra Pizarnik

"El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta."




   Alejandra y Julio se conocieron tal vez en Pont des Arts, una mañana, casi por accidente.    
  Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos...

   Casi no hablaron. Pero se enamoraron con esa mezcla de asombro y distancia que suele unir a los amigos. Alejandra estaba sola y se sentía sola; había viajado a Europa luego de atravesar por un cúmulo de frustraciones. Muy pronto se hicieron evidentes, entre ellos, grandes y sutiles afinidades.
 

   La verdad no está en los libros sino en la piel, en las miradas, en las ramas de los árboles, en los puentes sobre el río neblinoso y en las amadas palabras cotidianas. La amistad se fue cocinando mediante una infinidad de gestos de extrema delicadeza y con una mutua actitud de ternura vigilante.




París, 9 de septiembre de 1971


   Mi querida, tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entre tanto estés ya de regreso en tu casa. Hemos compartido hospitales, aunque por motivos diferentes; la mía es harto banal, un accidente de auto que estuvo a punto de.
   Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte. 

   Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya. Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y demás no es lo mejor de vos. Salir por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí mismo.

 

   El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial, queridísima. 

 

 Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra.  

  Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo.

Julio






   Un año después, la poetisa se quitaría la vida con una sobredosis de seconal sódico.   Tenía treinta y seis años.


  A continuación compartimos un homenaje bellísimo que le hace Cortázar a Alejandra
Pizarnik.














AQUÍ ALEJANDRA

  Bicho aquí, 
aquí contra esto, 
pegada a las palabras 
te reclamo. 

  Ya es la noche, vení, 
no hay nadie en casa
  Salvo que ya están todas 
como vos, como ves, 
intercesoras, 
llueve en la rue de l'Eperon 
y Janis Joplin. 

  Alejandra, mi bicho, 
vení a estas líneas, a este papel de arroz 
dale abad a la zorra, 
a este fieltro que juega con tu pelo

  (Amabas, esas cosas nimias 
aboli bibelot d'inanité sonore 
las gomas y los sobres 
una papelería de juguete 
el estuche de lápices 
los cuadernos rayados)

  Vení, quedate. 
tomá este trago, llueve, 
te mojarás en la rue Dauphine, 
no hay nadie en los cafés repletos, 
no te miento, no hay nadie. 
Ya sé, es difícil, 
es tan difícil encontrarse 
este vaso es difícil, 
este fósforo. 
y no te gusta verme en lo que es mío, 
en mi ropa en mis libros 
y no te gusta esta predilección 
por Gerry Mulligan, 
quisieras insultarme sin que duela 
decir cómo estás vivo, cómo 
se puede estar cuando no hay nada 
más que la niebla de los cigarrillos, 
como vivís, de qué manera 
abrís los ojos cada día 

  No puede ser, decís, no puede ser.


  Bicho, de acuerdo, 
vaya si sé pero es así, Alejandra, 
acurrúcate aquí, bebé conmigo, 
mirá, las he llamado, 
vendrán seguro las intercesoras,
el party para vos, la fiesta entera, 
Erszebet, 
Karen Blixen 
ya van cayendo, saben 
que es nuestra noche, con el pelo mojado 
suben los cuatro pisos, y las viejas 
de los departamentos las espían Leonora Carrington, mirala, 
Unica Zorn con un murciélago 
Clarice Lispector, agua viva, 
burbujas deslizándose desnudas
frotándose a la luz, Remedios Varo 
con un reloj de arena donde se agita un láser 
y la chica uruguaya que fue buena con vos 
sin que jamás supieras 
su verdadero nombre, 
qué rejunta, qué húmedo ajedrez, 
qué maison close de telarañas, de Thelonious, 
que larga hermosa puede ser la noche 
con vos y Joni Mitchell 
con vos y Hélène Martin 
con las intercesoras 
animula el tabaco 
vagula Anaïs Nin 
blandula vodka tónic

  No te vayas, ausente, no te vayas, 

jugaremos, verás, ya verás, ya están llegando 
con Ezra Pound y marihuana 
con los sobres de sopa y un pescado 
que sobrenadará olvidado, eso es seguro, 
en una palangana con esponjas 
entre supositorios y jamás contestados telegramas. 

  Olga es un árbol de humo, cómo fuma 
esa morocha herida de petreles, 
y Natalía Ginzburg, que desteje 
el ramo de gladiolos que no trajo. 
¿Ves bicho? Así. Tan bien y ya. El scotch, 
Max Roach, Silvina Ocampo, 
alguien en la cocina hace café 
su culebra contando 
dos terrones un beso 
Léo Ferré.

  No pienses más en las ventanas 
el detrás el afuera 
Llueve en Rangoon...

  Y qué. 
Aquí los juegos. El murmullo 
(Consonantes de pájaro 
vocales de heliotropo) 

  Aquí, bichito. Quieta. No hay ventanas ni afuera 

y no llueve en Rangoon. Aquí los juegos.
  
Julio Cortázar
el club de los libros perdidos, ALEJANDRA PIZARNIK,  JULIO CORTÁZAR, París,
el club de los libros perdidos, ALEJANDRA PIZARNIK,  JULIO CORTÁZAR, París, 

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